S.P.D.V.

Este cuaderno digital está dedicado a la Filología y al Maestro Juan de Ávila (1499-1569). Está editado en Madrid, por Julio C. Varas García y tiene vocación de ofrecer contenidos de forma periódica a todo aquel interesado en las Letras Humanas y Divinas.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Del fin de la jornada

In memoriam dilecti patris

Así titula fray Luis de Granada el último capítulo de su Vida del Padre Maestro Juan de Ávila y las partes que ha de tener un predicador del Evangelio (en las Obras del Padre Maestro Juan de Ávila, predicador en el Andaluzía, Madrid: en casa de Pedro Madrigal, 1588). Narra fray Luis aquí, con pormenores, las últimas horas del Maestro Ávila: sus dolores, sus miedos y temores ante "la tela del juicio" (f. 73) que sobreviene, algunas de sus últimas palabras y gestos. Hoy, que es Día de los Fieles Difuntos, me ha parecido apropiado recordar este pasaje de la vida de Juan de Ávila.




No murió solo el Maestro Ávila, sino que le acompañaron varios discípulos (Villarás) y criados, la Marquesa de Priego, sor Ana de la Cruz (Condesa de Feria)..., y estuvo asistido por la Eucaristía y el cariño incondicional de los más cercanos. Pero omitiré todos estos detalles, que algunos testigos relatan también en los "Procesos informativos" para la beatificación. Me llego al final del capítulo y de la biografía. 

Concluye su Vida fray Luis de Granada como conduciendo al lector frente al sepulcro y el epitafio del Maestro Ávila. Lejanas resuenan las campanas en Montilla, la esquila, el rozar de tantas sotanas, las hachas y su negro humo, tal vez los sones de los niños de la Doctrina que acompañarían el féretro, los semblantes adustos, la caja, los ruidos sordos, la losa...
Murió este padre a 10 de mayo de 1569. Fue muy sentida su muerte, así de la señora Marquesa, que lo tenía por padre, como de la señora Soror Ana, que en el mismo lugar lo tenía; y toda la clerecía de las iglesias y religiones de San Agustín y San Francisco y los padres de la Compañía de Jesús llevaron su cuerpo a la iglesia de la misma Compañía, donde está sepultado en la capilla mayor, a la parte del Evangelio; y hízose en la pared un arco para poner la caja en que está el cuerpo, y una losa en la cual están escritos estos versos. (Cap. 7, f. 75)

Fray Luis de Granada, Vida del Padre Maestro Juan de Ávila y
las partes que ha de tener un predicador del Evangelio 
(Obras, 1588, f. 75v)

La Marquesa de Priego no quiso que la lápida estuviera a ras de suelo, al parecer, contra la voluntad de los jesuitas. Fray Luis de Granada no añade nada más. Desde Lisboa, donde ya residía, le llegarían las noticias y los detalles. 

Me ha parecido, también a mí, hacer un homenaje esta tarde al Maestro Ávila y he traducido los versos latinos para que alguien, algún día, pueda también acercarse a ellos y leerlos en español. Ya no están junto a los restos del Maestro, que han cambiado varias veces de lugar...

AL MAESTRO JUAN DE ÁVILA,
ÓPTIMO PADRE,
VARÓN INTEGRÍSIMO Y AMANTÍSIMO DE DIOS PADRE
EN CRISTO SU HIJO

Salud, cenizas del gran Ávila, huesos del venerable Maestro,
encerrados hasta el último día.
Salve, divino Padre, para quien el cielo ha afluido como un río caudaloso,
para quien Dios ha llovido con generosa lluvia.
Enriquecido de rocío del cielo, tu campo fecundo ha producido,
con una ganancia mil veces doblada, lo que tu propio espíritu había sembrado dentro.
La bocina de tu boca ha proclamado a Cristo
por las riberas que baña el Tajo y el Betis, y el Genil.
A ti los ciudadanos patrios, a ti acudía el forastero que necesitaba consultar;
tú eras para estas regiones no menos que un numen.
Cuanto te esforzabas por arrastrarte como ínfimo por el suelo,
tanto Dios te ha elevado sobre los astros.
ÉL MISMO AL LECTOR
Ávila es mi nombre; mi tierra, extranjera; mi patria, el cielo;
¿Preguntas en qué oficio me he ejercitado? Era segador;
la hoz incansable que cosechó para Cristo mieses sin cuenta
había ya alcanzado las seniles canas.


Los versos, que fray Luis de Granada en 1588 presentaba como anónimos, fueron atribuidos por el Licenciado Luis Muñoz al P. Jerónimo López "de la Compañía de Jesús, tan religioso como gran poeta" (f. 230v) en 1635. No es posible que se trate del famoso jesuita valenciano (Gandía, 1589-Valencia, 1658), conocido por sus misiones populares y por sus obras catequéticas. Al traducirlo, dos palabras me llamaron la atención:

1. Las referencias al Betis (Guadalquivir) y al Singilis (Genil) encuentran explicación por los lugares en los que predicó y vivió el Maestro Ávila: Sevilla, Écija, Palma del Río, Córdoba, Granada. Sin embargo, llama la atención la referencia al Tagus (Tajo). Varios discípulos del Maestro Ávila (entre ellos, Diego de Santa Cruz), llegaron, en efecto, hasta Évora (Portugal), donde establecieron un colegio que, posteriormente, sería dirigido por los PP. Jesuitas. Pero a orillas del Tajo, en el Convento de Santo Domingo de Lisboa, solo vivía fray Luis de Granada. Hasta la Plaza del Rossío llegan los ecos del Maestro Ávila.

2. El poema, ciertamente, ensalza su faceta de Predicador del Evangelio, destacada también por el mismo fray Luis de Granada en su biografía. El quinto dístico, sin embargo, alude a su ministerio en la "discreción de espíritus" y en la dirección espiritual, por el que tantísimas personas de todos los estados lo consultaban en Montilla, en persona y a través de cartas. Para ponderar lo universal de esta labor de "consejero", el poeta establece un contraste entre los "ciudadanos de la patria" (patrii ciues) y lo que he traducido como "forastero que necesitaba consultar" (consulturus ... aduena). En la Vulgata esta voz aparece en varios lugares para aludir a esta realidad del pueblo judío:

No maltratarás al forastero, ni le oprimirás: pues forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto (Aduenam non contristabis, neque affliges eum: aduenae enim et ipsi fuistis in terra Aegypti) Ex 22, 21.

No sé si peco de malpensado cuando en la referencia al "forastero", al "recién venido", pienso también en la labor de amparador de cristianos nuevos que ejerció el Maestro Ávila por tantos lugares de la Andalucía recién conquistada. Muchos de sus discípulos, debido a esta condición que en la época es racial, tienen que huir a Italia o a Portugal. O, aún peor, huir dentro de sí mismos. También fray Luis de Granada conocía bien esta realidad.






La elegancia renacentista y el laconismo de los versos latinos de 1588 serán transformados en versos barrocos en la Vida y virtudes del venerable varón el P. Maestro Juan de Ávila, predicador apostólico (Madrid: en la Imprenta Real, 1635) que publica Luis Muñoz a partir, especialmente, de los "Procesos de beatificación". A mí, al menos, me parece escuchar lejanamente el eco de las Soledades de Góngora en la silva en que están vertidos (f. 231-v):


Salve, mármol sagrado, en quien ahora
urna feliz hasta el supremo día
cenizas del gran Ávila atesora.
Salve, padre y maestro,
en quien el cielo todo, por bien nuestro,
inundaciones de su amor llovía,
fecundó, pues, con celestial rocío
lo que en tu pecho mismo había sembrado;
a Dios dio fruto veces mil doblado,
que en mieses ya maduras
lo que te fía cobra con usuras.
Cuanta espaciosa vega
el Tajo y el Genil y el Betis riega
llenó tu voz del nombre
que el Evangelio aclama, de Dios hombre.
El santo desengaño
el natural buscaba, y el extraño,
en ti como espejo;
oráculo era al mundo tu consejo.
Y, cuanto procuraste
ser pequeño en la tierra en que dejaste
de tu humildad tan soberanas huellas,
tanto mayor subiste a hollar estrellas.

Él mismo al lector.

Ávila fue mi nombre, mi camino
la tierra en que pisaba peregrino.
El cielo era mi patria verdadera.
¿Qué oficio ejercité? Segador era;
de la incansable mano
nunca dejé la hoz, por muy anciano;
antes a Cristo di siempre constante
cosecha de sus mieses abundante.